Los cambios más rápidos y fundamentales en la moda se produjeron entre 1789 y 1800. Al principio, las telas blancas, ligeras y casi transparentes, se convirtieron en la nueva moda. El blanco se convirtió en el color dominante, reemplazando los tonos vibrantes que habían caracterizado a las esculturas griegas y romanas durante siglos. Esto marcó un cambio significativo en la moda neoclásica.
El uso de enaguas también sufrió un cambio revolucionario; la silueta femenina más de moda era una forma cilíndrica muy natural, por lo que se requerían pocas enaguas o ninguna. Los corsés no se usaban tan ajustados como antes o después de este período porque la silueta ideal era una forma cilíndrica suave en lugar de una cintura estrecha con caderas anchas.
Las mujeres más elegantes de la época incluso prescindían de llevar camisones y enaguas. Así, las características de esta época incluían el uso de telas finas y la no utilización de enaguas, lo que daba como resultado una apariencia femenina muy natural y a la vez elegante. Se dice que las mujeres también usaban medias de color carne (como si sus muslos se ruborizaran de modestia), corpiños muy escotados y vestidos con largas colas que podían arrastrarse por el suelo, grandes sombreros y peinados salvajes y voluminosos.
Hablando de peinados, era común dejar grandes rizos alrededor de la frente y las orejas, mientras que el pelo de la parte posterior se ataba de forma suelta en un pequeño moño o se peinaba en un recogido para imitar los estilos griegos y romanos. A principios del siglo XVIII, el pelo se hacía con raya al medio y algunas mujeres atrevidas incluso lo llevaban corto. También estaba de moda atar rizos apretados alrededor de las orejas.